La mirada escarchada, capítulo 3.

«—¿Y cómo dices que te llamas? —sus ojos verdes clavándose en los míos...
—¿Y tú? —no sé por qué me gustaba molestarla.
—He preguntado primero, no seas crío —tajante.
—Gael —indiferencia.
—No eres hombre de muchas palabras, ¿eh? —cierto.
—Soy interesante —y ridículo.
—Te haces el interesante —no se corta.
—¿Tu nombre es feo? ¿Por eso no me lo quieres decir?
—No más horrible que el tuyo. Circe —verdad, es precioso.
—Circe... ¿no transformarás en animales a los que te atropellan, no? —su risa también es bonita.
—Veo que sabes de mitología, pero gracias, no me cuentes historias y no, no convierto a nadie en animal, sólo los hago desaparecer en el fondo del río —vale, ahí confieso que me lo creí un poco.
—¿Pedím...?
—Un menú BigMc grande, Coca-cola, patatas Deluxe y mucho ketchup, por favor —increíble— No me mires así y pide, que tengo hambre.
—¿En serio desayunas así? ¿Para que vas a correr entonces? —me fulminó con la mirada—Un McFlurry de Oreo, gracias.
—Para que gastes tu dinero, es lo menos que puedes hacer después de casi matarme —qué decir, tenía razón.»
Una pierna le rozó a la altura de su cadera y, lentamente, un brazo delgado se posó sobre su pecho. Giró la cabeza y no pudo evitar sentirse triste. Thais dormía como una bendita, con su pelo rizado y negro sobre la cara. Hacía tiempo que no sentía nada por ella, pero eran tantos años juntos... Se deshizo despacio de aquellas extremidades que lo ataban a la cama y se dirigió al baño. ¿Por qué no podía dejar de pensar en Circe? Era borde, soberbia y, además, se notaba que era su carácter habitual. Dirigiéndose a la cocina pensó en la posibilidad se espiar su barrio, averiguar donde vivía. «Maldita sea, ¿te das cuenta de que eso solo lo hace un psicópata?» Se preparó un tazón de leche y miró la ciudad desde las alturas. Como deseaba no ser millonario.
—Anoche vi una pequeña abolladura en el coche —su novia apareció sigilosa, como de costumbre— ¿te pasó algo?
—Atropellé a un animal —acto seguido dio un gran sorbo a su desayuno.
—¿Qué animal? —cada vez le irritaba más su voz, su mirada, sus intenciones, su presencia por completo.
—¿Te tengo que dar tantas explicaciones? Es mi coche —no pudo evitar ladrar.
—Como nos hemos levantado hoy, amigo —dijo la chica desapareciendo por el pasillo.
«Por qué razón no me dejas de una vez... Así todo sería más fácil» pero no, no tenía ni idea de lo que estaba a punto de avecinarse.

—¡Yaco! —gritó Circe— ¡Ven aquí!
Era domingo, día libre. Eran las doce de la mañana y aún iba con el pijama y el pelo enmarañado. Su perro, emocionado, corría por todo el jardín, haciendo caso omiso de las órdenes de su ama. Por lo general era un animal bastante dócil, pero tenía días "malos", como todos. Cansada de gritar y perseguirlo sin resultados, se sentó en las escaleras de madera que entraban a la parte trasera de su casa. Hacía calor, pero sentía un frío inmenso. No había podido dormir en toda la noche. Creyó estar oyendo pasos y respiraciones dentro de su casa, había salido con su bate a buscar al supuesto intruso... pero no había nadie. Volvía a tumbarse en la cama y, de nuevo, aquellos sonidos aparecían. Miró por la ventana por si, por alguna de aquellas, fuera Yaco haciendo de las suyas, pero otra vez una negativa. ¿Qué estaba ocurriendo?
Entró dentro de la casa, puso pienso en un gran recipiente y cogió una garrafa de agua. Salió de nuevo y se fue directa a la caseta de su gran mascota. Dispuso el cuenco en su sitio y echó agua en otro recipiente vacío que había allí. Cuando giró, vio una silueta en una de las ventanas del piso superior que desapareció instantáneamente. «¿Qué coño te pasa tía?» Pensó que sería cansancio. Cogió su portátil y salió al porche, sentándose en su gran balancín, necesitaba descansar.

«Te tengo... Ahora sólo es cuestión de esperar un poco más. Te comeré el alma, te quitaré la vida, y ni siquiera lo verás venir, no lo podrás evitar».



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